viernes, 14 de agosto de 2009

Gritos

Gritar. Pedir a gritos. Pedir. Quejarse. Gritar. Cantar a coro.
La nostalgia mojó con su lágrima la ventana, y el Venatanauta dibuja con dedo débil palabras que significaban mucho, pero nada dicen ya. El Grito de Munch, obra de protesta. El grito de Alcorta, lucha de protesta. Huelga de inquilinos, grita Miguel Pepe, lo matan. Gritan los descamisados, grito de esperanza.
Los gritos fueron cambiando, y llegaron a otros lados, a otros oídos, otras intenciones.
Es larga la historia de los gritos. En general estaban asociados a grandes luchas, a grandes esperanzas, a futuros promisorios o a alegrías sinceras. Gritos populares y masivos, no gritos privados y violentos.
El grito no era para tapar desesperanzas, eran gritos para hacerse oir, para entrar en los oídos ajenos y ausentes del poder. Y gritando se lograron metas que favorecieron al trabajador, a la mujer, al pobre, al inmigrante. El grito llevaba al poderoso a tomar las armas en su contra, a modificar políticas de Estado, a desnudar realidades desafortunadas.
Seguramente el grito es una necesidad humana, una práctica habitual, un circular de adrenalina que despierta alguna reacción hormonal que satisface, y lo hace aun más cuando logra su cometido. Cualquier cometido, desde el más profundo hasta el más idiota.
Y aquí llegamos. Al grito silencioso que nada pide, que se organiza con cantos afinados y trompetas o al grito desaforado para sentir que uno grita, para oírse solo, o que lo sientan otros para admirar su grito.
Hablar a los gritos para decir lo que todos quieren escuchar pero que no cambia realidades, que no generan esperanzas. Hoy se grita para defender a los que acallaron los gritos reales, los gritos genuinos de los que pedían por algo mejor.
A los gritos vacíos se le agregaron, en esta parte del globo, las cacerolas. Para reivindicar lo reivindicado antes con las armas del poder, para pedir la más aberrante imagen del capitalismo. Más ruido para alentar a los que siempre manejaron el poder, para pedir lo que es de cada uno. Pero no para pedir lo que es de todos.
La popular imagen televisiva grita. Grita en silencio. Grita para seguir callando. Se grita para decir “Acá estoy” y que los demás imiten gritando. Gritos idiotas, despreocupados, que llenan vacíos y producen “felicidad”.
Lo de siempre, el grito de los limpios es grito moderado. Se pide por si los otros quieren dar. El grito de los sucios es protesta. Unos gritos son “cortes”, otros gritos son “piquetes”.
Decía que la nostalgia mojó con su lágrima la ventana. Quizá haya un grito que la rompa y desde el otro lado comiencen a entrar, silenciosos, los callados, los que gritan con sus cuerpos, con sus ropas, con la garganta vencida, sin cacerolas ni nada para poner en ellas.

Lomas del Mirador, 14 de agosto de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

Aquí, así son las cosas

Aquí, así son las cosas

Nos cambiaron el instrumento de opresión y nos hicieron más burros. Sí, desde Sarmiento nos habían metido la idea de que leer era bueno, y por la lectura nos metían ideología. Pero el tamiz ideológico tenía un tejido que permitía la entrada de cosas que a “ellos” no les gustaba demasiado, o les podía llegar a sacar poder. Así las cosas, uno para recibir opresión e ideología tenía que poder leer “Facundo”, “La razón de mi vida” o comprender (y poderse concentrar para escuchar) un discurso que lo enfervorizara. Larga era la lista de cosas que nos bajaban en línea directa a través de mensajes escritos al comienzo y luego acompañados de sonido e imagen en movimiento. Pero larga también era la cantidad de escritores, músicos, artistas que ejercían la contracultura, un camino contrario al pensamiento hegemónico. También había quienes ni en pro ni en contra acercaban a las bibliotecas lecturas que cumplían el fantástico objeto de ejercer el buen gusto o la vanguardia (que como siempre, en sus inicios, es tomada como una fantochada y que luego genera el status cultural de la época). El siglo XX se infectó con guerras, opresiones, falsas tendencias a la igualdad de derechos y lideres autoritarios que con su exacerbado patriotismo sólo ejercían el poder de la opresión. Hubo holocausto, Hitler, Mussolini, E.E.U.U, Nixon, Watergate, Apartheid, Revolución Rusa, genocidio armenio, Cortina de hierro, Franco, paternalismo estatal, hiperliberalismo, gobiernos militares, Martínez de Hoz … Pero también, mientras esto pasaba e infectaba, había Borges, Cortázar, Unamuno, Arlt, Picaso, Ghandi, Dali, Troilo, Joao Gilberto, Vinicius, Berni, Serrat, Martin Luter King, Bioy, el “Polaco”, Discepolo, Carela, Osvaldo Miranda, Hitchcock, Piazzolla…

Y sigue, como decía antes, la larga lista, tan larga como los bastones que comenzaron a golpear fuerte para que cada vez hubiera una lista más corta de los que se filtraban por aquel cedazo nombrado al principio.

Gritos y acciones pacíficos y violentos pedían a los que ostentaban el poder de lo habitual, a los que decidían si había guerra en Europa, negros en Estados Unidos o putas en Moscú, que se mirara para otros lados, que se transformara el ejercicio del poder, que se horizontalizara el saber.

Entiendo, o creo entender, que “ellos” se transformaron, y notaron que la transmisión de la opresión, del mensaje unilateral, de la masificación no debía hacerse más con un tamiz tan grueso. Había que cambiar las cosas para que “transformar” mutase a “transformarse” y que la lucha fuera, en lugar de “disminuir la brecha de la desigualdad” “aumentar el tamaño de las tetas o la altura de los gluteos” (avispa mediante). Era necesario minimizar el mensaje y maximizar los daños. Y así fue. En un momento teníamos a los chicos escuchando a Gaby, Fofó y Miliki, a los adolescentes a Sui Géneris o Los Beatles, a los jóvenes disfrutando de Alta tensión o Música en Libertad y los mayores con De caro, el Polaco o Sosa. Un mercado repartido en distintos grupos, donde cada uno recibía una manera de hablar, de bailar, de jugar, de disfrutar. Un chico soñaba las aventuras de Sandokán o la soledad de Robinson Crusoe, mientras iba transformando su interés hasta llegar a ser un adulto que no ignoraba la existencia de Cervantes o se peleaba con las opiniones de Marechal. Donde Odol era algo más que una pasta dental. Hoy cada ciudadano pasó a cubrir la categoría de “consumidor” y dentro de ésta también entran los niños. Entonces consumen del mismo modo niños y grandes. Y las mismas cosas. Se confecciona ropa para niños y grandes con igual diseño y distinto tamaño, películas para niños con guiños para adultos, cuentos terapéuticos para que con la lectura nos curemos de no sé que trauma grandes y niños, música monótona con alma de jingle de caramelo de menta. No creo en la inocente afirmación de que “todo tiempo pasado fue mejor”, siempre hubo poder ejercido con violencia, ideología desparramada a mansalva o con cuenta gotas. Aceptemos, uno era mejor, o creía serlo porque al haber vivido menos también se había equivocado menos. Lo que quizá marcaba unos puntos a favor no era lo que hacía el poder sino lo que se podía hacer con las herramientas que el mismo poder tenía para desparramarse. La palabra era importante, la palabra escrita, leída o dicha. Hoy, con el mensaje corto pero efectivo se reemplazaron mil palabras con una sola imagen y todos los objetivos a uno sólo, “tener que acceder para pertenecer”. Se transformó la adolescencia rebelde que se dedicaba a poner en jaque las costumbres sociales, en una picadora de carne, donde los adolescentes son tratados por la sociedad adulta como objeto de consumo, donde se los alcoholiza, se los aleja del conocimiento transformador y se los vulgariza para generar, ya jóvenes, una sociedad que sea lo que es.

El Estado está cumpliendo su objetivo, transformó su vehículo de dominación en algo tan simple que no permita que nada entre que no sea manejado por “ellos”, simplificó las reglas del consumo “si tenés esto existís, sino, no”, se asoció con los formadores de opinión y demostró que es más graciosa una broma a un transeunte distraído que el libreto de Pepe Biondi.

Cuando nos asustamos viendo la realidad de nuestros niños y jóvenes nos damos cuenta de que ya se acabó el cedazo, el poder no deja resquicio para el cambio. En la década del setenta se apoderaron de las palabras “autoridad y límite” y le construyeron un compañero oscuro que las asocia con la ausencia de libertad. Hoy ejercer la autoridad y poner un límite es relacionado (por los que venden la patria, por los que aprovechan la falta de limites y de autoridad para ejercer un autoritarismo grosero e inmundo que está dejando a los nazis o a los “azules” en meros competidores para la provocación de asco) con no entender los cambios de esta juventud. ¿Qué mejor instrumento de opresión que dejar a los más jóvenes sin límites, sin guías, sin camino a seguir ni instrumentos para construirse uno?

Un cliente del puesto de diarios donde yo trabajaba me dijo una vez “ganaron los malos”. Y en esa tercera persona del plural creí entender, a los dieciséis años, que don Salvador estaba del lado de los buenos, y que si a mí no me decía “ganaron ustedes” yo pertenecía a la franja de él, yo tenía construido un Nosotros con don Salvador. Y si habían ganado los malos nosotros habíamos perdido. Y me rebelé, organicé junto con otros el Centro de Estudiantes, nos juntamos con otros centros del barrio, comenzamos una movida cultural. Cantábamos a Sui en las plazas y nos aburríamos con mi viejo escuchando a Sosa. Necesitábamos alguien que nos emparchara un poco primero y después, con los grandes que nos decían que no nos metiéramos, seguíamos construyendo. Y cantábamos a Serrat, y no solo Lucía, al amor en Lucía. Cantábamos la angustia del Titiritero o Para la Libertad. ¡Y don Salvador me dijo que habíamos perdido y yo que sentía que estábamos ganando! ¿Estaba cambiando las cosas o estaba entrando del lado de los que habían ganado? ¿Me había cambiado de bando?

Esa es la duda, veo que todo lo que era deseo de cambio, resistencia, ascenso de las clases sociales, igualdad liberadora, se detuvo. Que hoy las resistencias se preparan por la tele después que a uno le ponen el dinero en un corralito y no porque sacan a las vacas del corral y nos dejan con las penas.

Me siento mejor, cerca de don Salvador.

Igual ahora es mejor, yo estoy con bronca por esto y vengo y lo digo, antes te mataban. Ahora te morís solo, de bronca o porque te apestás el hígado, el estómago o la sangre con sedantes y antiácidos, porque aunque digas y grites nadie te da pelota. Pero lo puedo decir. No me matan si me quejo, lo que sí es mejor para “ellos” es que aprovechan y me venden el remedio para la úlcera, la computadora con la que escribo, el sitio de internet donde me puedo quejar, el mail, el proveedor de internet. Y yo digo todo esto. Y me quejo, encima. ¡Qué boludo!

¡Viva la Patria!

Lomas del Mirador, 4 de julio de 2006