domingo, 16 de octubre de 2016

Nos toca, ya estamos grandes

La ciencia avanzó lo suficiente como para generar clones, bebés de probeta, ¿llegar a la luna?, comunicar instantáneamente a todo el planeta cuando explota una bomba en Francia u ocultarlo cuando cae en algún lado que no llama a la sensiblería informática etc. etc. Lo que no logró es que los niños se eduquen solos. Si se hubiera inventado el objeto que permitiera que un niño accediera a una forma de educación programada, el programa y el objeto habrían sido ideados por otros humanos con intenciones de educar. El humano, convengamos, sin otro no sobrevive. Y no se educa.  
Se puede decir que el niño aprende a ser siendo con otros. La idea de aprender en sentido amplio, no la tabla del dos sino a convertirse en sujeto, a nombrarse, a nombrar, a ser nombrado, a comenzar a formar parte de la escena del mundo. En ese aprender el niño recibe un mundo que ya acciona y que va a tratar de adaptarlo para que funcione con lo que se espera de él.  
Quizá de esto se trate esta nota, de decir obviedades, de repetir proverbios "Hace falta un pueblo para educar un niño" o de citar a Umberto Eco "Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos." (El péndulo de Foucault) Y de eso se trata quizá el aprender del niño: a partir de los que vive, vive. Conocer la frase de Eco lo pone a uno al corriente, en tanto padre, de todo lo que enseña cuando no se preocupa en educar.  
Uno no puede esconderse de la dinámica cotidiana. ¿Qué hace que aquel que educó, ya sea en rol de pueblo o de padre, se indigne por lo mismo que generó? ¿Cuál es el mecanismo que impone la frase "lo que acá se perdió es el respeto" cuando uno comienza a padecer del espejo que devuelven los niños o los jóvenes?  
Muchas veces se habla de que el tiempo que nos precedió fue mejor sin tener en cuenta que fue ese mundo el que parió a éste.  
Si bien no es pareja la lucha contra los que construyen la subjetividad masivael camino más corto es ir al resultado de nuestras acciones (insisto, como pueblo o como padres) y vomitarles a los pibes la resaca de nuestra borrachera.  
Si hoy hay evaluaciones estandarizadas, si se trata de endemoniar la enseñanza realizada, si ya se adivina que va haber que aguantarse los resultados (¿Ya saben que va a ser un desastre?), la responsabilidad no es de los pibes. Los sistemas educativos siempre logran sus propósitos, y en este caso es lograr sociedades que adscriban al neoliberalismo barato, al alumno como producto y necesidad del mercado. Cuando se habla de lo que sabe o no sabe un pibe, se habla de lo que necesita el mercado no de lo que fue adquiriendo a lo largo de su vida, de todas las instancias que lo convocaron a aprender.  Lo más probable es que cuanto más lejos se esté de los estándares más cerca se estará de las capacidades necesarias para ser pensadores independientes.  
No es la tabla del dos lo que hace a un niño "inteligente". Obvio que debe saberla, pero no es parámetro de inteligencia. Se les pide a los pibes comprensión lectora cuando el ciudadano medio solo es un loro repetidor de titulares de diario o de lo que dice una diva de TV o un periodista de espectáculos. Hasta se vota porque el slogan publicitario es igual al de un caramelo de menta. 
La manera de lograr una modificación sustancial de la sociedad no está en los más jóvenes o en los niños, está en los grandes que somos sus modelos. Una pena, porque ya se demostró con creces que desde los que eligen los premios internacionales de mérito o las declaraciones de ciudadanía ilustre proponen modelos de menos diez para cualquier evaluación.  
Y ese mundo menos diez está evaluando y juzgando a los pibes.
Jorge L. Narducci