lunes, 25 de enero de 2021

El voluntarismo sesgado

 


Una niña o un niño necesita ser esperado con amor, alimentarse, tener un hogar confortable y una casa digna, un plan de vacunación y un servicio de salud que cubra todas sus necesidades,  un Estado que controle con sus organismos respectivos que los alimentos que se promocionan y venden para el consumo infantil no perjudiquen su salud (comida rápida, gaseosas, golosinas, etc.). 

Por otro lado precisa que sus padres tengan un trabajo digno que les permita con sus sueldos prodigar salud, alimentación, vestimenta, etc. a sus hijos e hijas. 

También un niño o una niña precisa que haya espacios públicos cuidados y variados para su recreación. Una política de medios de comunicación que controle que las publicidades y los programas que se emitan para el público infantil no promuevan la desigualdad, los estereotipos de género, el bullying, la competencia, la compulsión al consumo. 

Obviamente que precisa un sistema educativo que le brinde todas las condiciones para la igualdad de oportunidades desde los 45 días de vida. Ese sistema educativo debe asegurar vacantes para cada niño o niña que necesite concurrir. Esa vacante tiene que ir acompañada de edificios con todos los espacios funcionales tanto para estudio como recreación, con recursos educativos actuales y que funcionen (incluyendo Tics), con docentes con una remuneración que les permita vivir dignamente y con capacitación permanente y de calidad. 

Desde su formación y salud integral una niña y un niño necesitan un ambiente respirable, con baja emisión de dióxido de carbono, con bajo nivel de ruido, sin basurales, con muchos espacios verdes. 

Pido disculpas por el montón de cosas que faltan; es un pequeño recorrido por las necesidades de los niños y niñas para dar contexto al título y al siguiente párrafo de este texto.

Me resulta de un voluntarismo sesgado basar una propaganda política en que los niños y las niñas necesitan volver inmediatamente a las clases presenciales; sobre todo en un año con una pandemia que asola al mundo. 

Si se quiere hacer algo por la niñez se podría ir comenzando por otras muchas de las cosas que le darían felicidad. 

Jorge Narducci


domingo, 27 de septiembre de 2020

Educación para la tribuna

 Las ocupaciones humanas tienen un recorrido real, vivido por aquellas personas que la realizan, y otro creado por el imaginario, vivido por aquellas personas que no la realizan.

Se habla de los beneficios de tener un subsidio del gobierno y de las desventajas de ser millonario y tener que pagar impuestos. De la vida suntuosa de un actor de Hollywood y de las precarias situaciones en las que vive un habitante de Botswana. De las excelencia de la vida en el Japón y del inigualable sufrimiento que padecemos los argentinos. De la seguridad en New York y de su contrario en La Matanza. Se habla, se aseguran cosas que solo el imaginario mediado por la distancia y el desconocimiento puede llenar de certezas. De la misma forma que muchas veces se supone la felicidad de aquellos vecinos que vemos sonrientes en la puerta de calle y que nada sabemos de su intimidad y su verdadera existencia.

Con la educación, obviamente, pasa lo mismo. Todo aquél que haya ido alguna vez a la escuela o que tenga una cercanía vecinal a un edificio escolar se asume como un generador de discursos que incluyen qué cosas son buenas para un niño, niña o adolescente y cuáles son los males que aquejan a la educación. Son frases conocidas: “Acá lo que se perdió es el respeto”, “Antes sí que se aprendía en la escuela”, “Mirá si yo iba a tutear a mi maestra”, “Antes la política no entraba en la escuela”, etc. etc. etc.

Muchas de las personas que sostienen esos discursos sobrevivieron a la falta de respeto, a la política, a la humillación y a la siembra de ignorancia producida durante la dictadura cívico-militar. Y otros de los que las repiten ya eran adultos en esa época nefasta y , con toda esa excelente educación encima, vivieron con total normalidad que se apaleara en las universidades, que se derrocaran presidentes, que desaparecieran personas, y otro largo etcétera.

Todas estas miradas sobre la educación generaron un saber colectivo que simplifica el acto educativo en ir al edificio escolar, que saber la tabla del dos dignifica a niños y niñas y que decir “culo” merece el escarnio popular. 

Desde esa misma perspectiva se reduce la gratuidad de la educación pública a no tener que pagar el/la estudiante una cuota mensual, olvidando que los impuestos que pagan los que ya estudiaron y no los evaden aportan al presupuesto educativo que permiten la educación pública y gratuita. Y así un ingeniero egresado de una universidad pública que le costó al Estado miles de dólares hoy se queja de no poder comprar los dólares que nunca pagó durante su trayectoria educativa. 

Tras este inevitable subjetivo recorte nos encontramos con los discursos educativos en medio de la pandemia. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se instaló la falaz discusión de si se debe retornar a clases en medio de este problema de salud mundial. Y para sostener esta estéril discusión se apela a la idea de educación hija del sentido común, hija del mismo razonamiento que nos invita a pensar sobre la felicidad abrumadora del vecino por sobre la nuestra. 

Así las cosas también se nombra a la ida de un grupo de no más de 8 niños/niñas, dos horas, tres veces por semana como “Vuelta a clases”, y se comienza a hablar sobre el planteo pedagógico de una decisión política partidaria que lejos está del beneficio educativo y cerca de una acción eleccionaria.

En esta lucha sin sentido se plantean las bases de una posible circulación de personas rodeadas de miasmas que podrían generar muertes innecesarias. El sentido común de las autoridades porteñas se apoya en aquellas necesidades que van de la mano con eso de que todos extrañamos a nuestras amistades, a la familia, a los “compañeritos”. Y aquí esa empatía afectiva y eleccionaria no da cuenta de otras necesidades tan imperiosas pero fuera del discurso del sentido común. No se escucha un “todos queremos trabajo”, “todos queremos aumento de sueldo”, “todos queremos una vivienda”. Se empatiza con todo aquello que genere un beneficio económico para comerciantes y para posibles votantes del 2021.

Aquí surge la educación para la tribuna, un discurso que se basa en la demostración electoral de un interés sobre la Educación Pública cuando luego de años de gobierno se llega al momento de utilizar, por ejemplo, el “Plan S@emiento” y gran cantidad del alumnado de CABA no tiene acceso a la tecnología necesaria. Durante estos años se llenaron las calles de estudiantes y docentes pidiendo por mejoras en la educación, el no cierre de aulas, lo edilicio, la formación, insumos, tecnología, transparencia de actos públicos, etc. con la ausencia de respuestas. Pero hoy, con la pandemia circulando, se tiene la certeza de qué es lo mejor para nosotros: desplazarnos, enfermarnos y quizá, por qué no, morir.

La educación para la tribuna olvida los mecanismos esenciales para una educación de calidad y basa su discurso en lo inmediato, en la necesidad de potencialmente infectar a chicos y grandes con tal de demostrar su fanatismo por el sentido común.

Jorge L. Narducci

domingo, 30 de agosto de 2020

¿Por qué la gente debe morir en masa?

¿Por qué la gente debe morir en masa?

Esto no se trata de un resumen de la historia sino de la inclusión de algunos ejemplos históricos (lejos de mi conocimiento está escribir la historia de la humanidad ni mucho menos) Es solo un pensamiento hecho letras sobre cómo la humanidad acepta en algunas de sus épocas el porqué la gente debe morir en masa.
Los distintos tiempos históricos justifican las causas de las muertes.
Si uno se va lejos en el tiempo, en las guerra romanas, el triunfo de tal o cual emperador, lo mismo que sus derrotas nos hablan de ejércitos con números exorbitantes, tanto en el tamaño inicial de los mismos como en la cantidad de muertes que se producían. Para dar un ejemplo, Plutarco cuenta que el ejército de Craso, allá por el año 55 a.c., contaba con cincuenta mil soldados y que fue masacrado en la batalla de Carras donde murieron veinte mil de ellos y fueron tomados prisioneros otros diez mil. De toda esta masacre nos queda la muerte de su hijo Publio y del abatimiento de Craso que lo llevó a que lo asesinaran al ir a parlamentar con los partos. Los treinta mil tenían justificada su muerte.
Por otro lado, allá por por el mil cien de nuestra era, la inquisición y su prolongada duración deja como víctimas, según distintas fuentes, desde diez mil hasta trescientas mil entre incinerados, perseguidos, torturados y demás. A esto habría que agregar a aquellos que por miedo inicialmente y formación subjetiva desde la infancia entendían qué era lo correcto de pensar y creer en esa época.
El ser poblador del actual continente americano fue causa fundamental de muerte o ultraje en la época de los conquistadores.
Las más cercanas guerras donde reyes enviaban a la muerte a miles de soldados tanto para conquistar territorios como para seducir algunas mujeres, también suman a las posibles causas por las cuales era justo morir.
En nuestra historia, como rectorte justificador de la muerte, se pueden nombrar: las batallas por la Independencia, la pertenencia a diferentes sectores políticos de la primera mitad del siglo XIX, el ser víctima del comienzo y el apogeo de las burguesías terratenientes y entreguistas de la segunda mitad de ese mismo siglo. A este último período también pueden agregarse luchadores y luchadoras por la igualdad de oportunidades tanto en los derechos laborales como civiles.
El siglo XX se plagó de justificaciones del porqué de la muerte. Muchas veces directamente por las armas y el asesinato organizado desde las entidades estatales de un país o de acuerdos internacionales, guerras mundiales, justificaciones étnicas o bombas atómicas. Este siglo también puso en norma de muerte las condiciones socioeconómicas, dando por sentada la pobreza, la no entrada al sector de privilegio de la lógica capitalista, el hambre, etc.
Desde lo regional y nacional, en las décadas del sesenta y setenta estar parado contra la lógica neoliberal fue justificación de por qué morir.
Digamos que se podría pensar a la humanidad desde las distintas aceptaciones de por qué morir.
Formar parte del ejército de Craso, ser hereje, ser maya o guaraní, esclavo, unitario o federal, gaucho o inmigrante, Zar, judio, armenio, hiroshimaense, pobre, latinoamericanista, etc. fueron formas de porqué la gente debería morir.
En la actualidad se podrían agregar(1) causas que justifican la muerte como vivir cerca de una área sojera, en un país con petróleo y que no responda al orden internacional, huir de la extrema pobreza desde algún país destruido por la distribución de la riqueza, etc.
Entiendo que todo argumento es falaz cuando se trata de justificar la muerte masiva de personas. Desde el imperio romano hasta las muertes causadas por el glifosato, pasando por las concepciones religiosas o las condiciones de pobreza.
Los cambios que se fueron produciendo en las justificaciones hoy agregan uno que sorprende por su rapidez e impacto, el covid-19.
No sirvieron a la humanidad sus avances en las ciencias humanísticas, en la tecnología, en las concepciones del sujeto. Nada fue suficiente para poner en primer plano la vida de la humanidad por sobre las situaciones concretas de existencia de cada época.
Hoy el 1% de los ricos del planeta acumula el 80% de la riqueza. No vivimos en un mundo con falta de recursos sino en un mundo de acumulación de riquezas hijo de un sistema que se organizó alrededor de la explotación de las mayorías en beneficio de las minorías. Y esa organización de la riqueza está también en manos del 1% que se ve beneficiado.
Hoy está concentrada en muy pocos existentes de esta humanidad la decisión de por qué la gente debe morir. Los paradigmas para que la gente muriera siempre fueron monopolio de pocos pero sectorizados en regiones. Hoy , fruto de la globalización, son mundializados. La agenda económica aceptada encuentra como lógica la muerte por no pertenecer a los sectores privilegiados por la distribución de la riqueza. Entonces, si para que la humanidad no vea diezmada su existencia hay que ceder privilegios, pues que impere la muerte.
No solo es el covid-19, también lo son distintas epidemias que podrían tener solución con una humanidad equitativa.
¿Cómo sería la situación si disminuir el impacto de las enfermedades tuviera supremacía sobre quiénes tienen que sostener su imperio económico? Obviamente que es una ucronía pensar en un mundo feliz si no fueran tal cual son las condiciones concretas de existencia. Lo que sí es posible, con una mirada sincrónica y diacrónica, es pensar que la humanidad cometió un Craso error al transcurrir su existencia en la lógica de encontrar justificaciones de por qué la gente debe morir en masa.

Jorge Narducci


(1) Digo agregar porque a modo de muñeca rusa, muchas de las causas ya se extinguieron pero otras no. Resabios de Craso y Torquemada caminan por el siglo XXI

sábado, 28 de septiembre de 2019

Otra propuesta de "El ventanauta"

miércoles, 5 de abril de 2017

Del geocentrismo a la teoría del derrame

No son pocas las concepciones erróneas que se sostuvieron y reforzaron durante la historia de la humanidad. Seguro que desde mucho antes y con otros ejemplos se podrían comenzar a nombrar, mi vasta ignorancia sólo es para acompañar la posible certeza de lo que intento proponer como una forma de dialogar con lo instituido. Todo lo dicho son verdades de Perogrullo. (Si ponés la mano en el fuego, te quemás)
Hoy un niño, niña o adolescente ya tiene incorporado el saber que a la humanidad le llevó siglos y muertes. Por ejemplo, ya sabe que la salida del sol, el movimiento de la luna, la lluvia, los truenos o los relámpagos son solamente fenómenos naturales. No hay dioses enojados ni castigos de divinidades maléficas que los corporizan. Tiene este niño, niña o adolescente anulada la posibilidad de la tenencia de lo esclavos (a los que Aristóteles nombraba como “instrumentos parlantes”). Sabe o sabrá pronto que la Tierra gira alrededor del sol y no tendrá que sufrir persecuciones a lo Copérnico o Galileo. Entiende que ese mismo sol alrededor del cual giramos no es un dios. Sabe, a pesar de que ciertos países retrógrados los siguen teniendo, que los reyes son para los cuentos de hadas. Incorporó o incorporará palabras que le servirán para nombrar a las cosas que dice sin pensarlas demasiado como “actos inconscientes”; aprenderá en cualquier compendio de historia de la psicología qué se quiere decir cuando se nombra “el perro de Pavlov”. Digamos que nadie tendrá hoy que sufrir marchas y contramarchas en el aprendizaje de temas que hasta cierto momento eran casi de poder mágico o atribuidas a algún Dios (casi lo mismo) y que al nombrarlas se exponía al descrédito o ponía en juego la vida.
No sólo las afirmaciones, digamos “científicas” u hoy ya aberrantes, como la esclavitud son abordadas por niños, niñas y adolescentes desde su etapa inicial. Hay construcciones colectivas más cercanas que también forman parte de su formación.  Por un lado, replanteos históricos. En Latinoamérica son varios los países que resignificaron el 12 de octubre de 1492 como el inicio de una devastación cultural, social, religiosa, etc. El Papa Francisco dijo: "Pido perdón por los crímenes contra los pueblos originarios durante la conquista de América"(1). Son muy pocos los que reivindican las matanzas. Los negacionismos de toda índole ya tienen condena social. Algunos más que otros.
Ningún niño, niña o adolescente supondría que la jornada de trabajo debería ser de más de 8 horas, ni que las vacaciones no deben pagarse, ni que las mujeres no deberían votar.
Otra condena social, y ya institucionalizada por legislaciones en varios países, es al consumo de cigarrillos. Hoy una publicidad de marcadores como la que acompaña esta nota no sería aceptada por nadie; ni por aquellos que aún fumamos. Tampoco los cigarrillos de chocolate que se vendían en los quioscos. Y cualquier publicidad de cigarrillos está prohibida. Los autos de carrera ya no se pintan con las marcas de los más consumidos.
Se dieron debates a lo largo del siglo XX, más localmente en Argentina, sobre si debía enseñarse o no religión en las escuelas públicas, si la gente podía divorciarse, si los homosexuales debían tener derecho al matrimonio. Ya los manuales abandonaron las explicaciones creacionistas del universo,  hasta el presidente está divorciado y el amor es el único condicionante a la hora de dar el “sí”.
Un niño, niña o adolescente que quiera acercarse a información sobre los golpes de Estado en América Latina puede leer que los Estados Unidos patrocinaron las destituciones, las torturas, y las demás aberraciones de las dictaduras cívico-militares. Por ejemplo: “Miles de documentos confirman que EEUU apoyó el golpe de Pinochet en 1973”(2) se puede leer en el diario “El Mundo” de España.
Nadie medianamente informado toleraría la tapa de la revista “Somos” del 14 de mayo de 1980 que acompaña esta nota. Al morir Harguindeguy, el diario “La prensa” en el copete de la nota donde da la información dice: “Ocupó el Ministerio del Interior entre 1976 y 1981, durante la presidencia de Videla, y es considerado uno de los ideólogos de la última dictadura en el país.”(3) Alguien del que nada puede decirse como cercano al diálogo.
Digamos que a lo largo de la historia se fueron rompiendo paradigmas que no se ponían en duda. Hoy nuestra vida cotidiana está atravesada por “naturalidades” que en otros tiempos eran herejías o ilegalidades. Quedan fuera miles. Ya es extensa la descripción de las dichas para agregar más. Dejo a la buena cultura e información del lector continuar con la lista.
Pero ¿para qué esta lista de obviedades, de cosas que están al alcance de la mano? Para hacer una propuesta, para iniciar una búsqueda, para ponernos en duda.
Hoy nos acompañan ideas tan fantasiosas como que el universo todo gira alrededor de la Tierra o tan inhumanas como que las personas sean “instrumentos parlantes”.
Una de las más sostenidas es la “Teoría del derrame”, la cual sentencia, a modo de síntesis, que si a los ricos les va bien, nos irá bien a todos. La historia tiene sobradas muestras de que la riqueza siempre fue fruto de la explotación al trabajador. Con “trabajador” nombro tanto al gerente de un banco como a un repositor de supermercado, al dueño de un quiosco o al de una PyME de tres o cuatro empleados. En nuestro país, cuando  ya en 1862 se comenzó a funcionar como “patio trasero” del mundo industrializado y luego de las primeras luchas obreras (Huelga de tipógrafos, Semana Trágica, Patagonia Rebelde, etc.), a las burguesías millonarias les iba bien, pero nunca derramaron más que sangre a los que pedían derechos. El trabajo a destajo parando solo para comer y dormir, era la moneda corriente. Los “derramadores de riqueza” sólo se dedicaban a juntarla y “tirar manteca al techo”, viajar a Europa con su propia vaca para tomar leche fresca, utilizar las fuerzas del Estado para reprimir a diestra y siniestra en favor de sus riquezas.
El siglo XX y sus dictaduras siempre estuvieron al servicio de los que, enriqueciéndose, debían derramar. Pero parece que cuando se trata de dinero, de poder, el vaso nunca se llena y derrama su contenido; siempre tiene lugar para un poquito más.
Estas afirmaciones son una invitación a la duda, a bajarse del narcisismo de la afirmación brutal.
Por ejemplo, no se sabe si los paros son útiles para presionar a la teoría del derrame pero tampoco se sabe si son inútiles. Los trabajadores que dieron sus vidas pidiendo los derechos laborales que hoy tenemos, lo hicieron porque no los tenían. Nosotros sí. En la patagonia trágica se pedían camas, colchones, abrigo, jornada de descanso. Hoy, repito, ningún niño, niña o adolescente concebiría la vida laboral sin alguna de esas cosas. Si todavía siguen pasando es justamente porque los que la tienen que derramar, la tienen bien agarrada.
Sería importante ponerse en duda. Los que no la derraman nos quieren así, diciendo “yo marcho un sábado porque los otros días trabajo” y sin quererlo (porque lo que quiere es desatar su bronca con los otros, con los que trabajan y hacen paro en la semana y quieren demostrar su descontento por su salario), le tira al que no tiene trabajo ningún día de la semana, que él sí, que tiene trabajo y que no se queja por lo que gana, porque le va bien. Y como aparte marcho a favor del que no la derrama te voy a seguir dejando sin trabajo, por ende, sin dinero, sin comida, sin existencia.
Insisto: Invito a un recorrido por lo dicho para poner en contradicción alguna certeza que, si se la analiza un poco, está jugando en contra de uno mismo, y de otros a los que señalamos en algún momento que tendríamos que proteger.
Jorge L. Narducci

Sería interesante colocar a la teoría del derrame en línea con el geocentrismo, el negacionismo, el daño del cigarrillo, la concepción de la esclavitud, etc.
(2) Diario “El Mundo” Epaña http://www.elmundo.es/america/2010/11/18/noticias/1290035186.html  (Fecha de consulta 03/04/17)


viernes, 13 de enero de 2017

Lo sé todo, no sé nada I

Cuando las respuestas vienen a la boca como si la conexión entre nuestro decir y pensar tuvieran un reflejo único, ahí, justo ahí comienza la ignorancia. Es fácil decir y escuchar que cuando uno responde algo dice lo que piensa y siente. Cosa que no está lejana a la verdad subjetiva de quien lo enuncia. Pero podría uno, en algún momento, dudar y pensar por qué piensa y siente de esa manera, qué fue lo que en algún momento de su vida hizo que ese pensamiento natural y rápido surgiera de nuestra boca como magma del volcán.
Una de las fuentes de creación de nuestro decir inmediato es nuestra formación académica o los libros a los que les depositamos el saber y entender para hacer de ello nuestro pensamiento. Nada tiene de novedoso esto (en este blog siempre se dice que no es la novedad lo que lo caracteriza) pero la vida moderna, la rapidez informativa, etc. dejan escaso o nulo tiempo para poner en marcha la duda sobre nuestra manera de pensar, sobre nuestra automatización intelectual.
El título de esta nota “Lo sé todo, no sé nada I” y su cuerpo principal sólo tratan de ser una forma de compartir la duda, la inquietud personal de la respuesta automática.
“Lo sé todo” (supongo el título de la obra como un diálogo con la frase “Sólo sé que no se nada”, demostrando así el desarrollo humano desde la ignorancia socrática hasta el saber universal de la editorial Larousse en 1962) fue una obra de divulgación que difundía el saber y que se accedía a ella, como a otras obras enciclopédicas, para estar al corriente de lo que a uno lo transformaba en un niño, joven o adulto culto. En sus páginas se esparcía con absoluta naturalidad lo que uno debía repetir para que algún familiar, amigo o vecino se sorprendiera ante nuestra inteligencia. Pero he aquí lo que ya se venía haciendo (y sigue haciéndose): acompañar datos, hechos, imágenes de fundada posibilidad con fuertes marcas ideológicas y religiosas. Cuando se deposita el lugar del saber en un lugar, todo lo que allí se diga se toma como cierto. Y se repite como tal.
Para muestra no basta un botón, pero va uno, el primero.
En el tomo 4 de la edición de “Lo sé todo” de 1962, en la página 650, bajo el título de “La Biblia”, en el segundo párrafo de la primera columna dice: “Dios, en señal de Su protección, los acompañó con una nube que que indicaba el camino”. En la segunda columna continúa “Pero Moisés, siguiendo las órdenes divinas, tocó con su vara milagrosa las aguas del mar, que se dividieron abriendo un pasaje. Así los hebreos llegaron hasta la otra orilla sin mojarse”. La función referencial del lenguaje se hace presente en estas líneas utilizando oraciones enunciativas similares a “Tiene cabeza pequeña, orejas bien proporcionadas, crines cortas, hocico redondeado, labios chicos y ojos muy vivaces” utilizada en la página 703 en la nota titulada “La cebra”. Digamos que da el mismo criterio de “verdad” al cuidado de dios a los hebreos que a la descripción de la cebra.
Por otra parte, en el mismo tomo pero en la página 777, hacia el final de la nota titulada “El tibet, techo del mundo” dice “Mezcla de supersticiones ingenuas y de adoración al eterno principio creador es el lamaísmo, que incluye en su ritual danzas de lamas disfrazados con horribles máscaras, y también prácticas yogas con que pretenden adquirir un poder misterioso sobre la cosas”. Cuando se trata de describir otra forma de entender la religión, la referencia se llena de subjetivemas tales como “ingenua”, “disfrazados”, “horribles”, pretenden”. Si se mantuviera el mismo criterio enunciativo que antes, quizá este párrafo podría ser: “El lamaísmo adora el eterno principio creador, que incluye en su ritual danzas de lamas vestidos con máscaras, y también prácticas yogas con las que adquieren poder sobre las cosas”.
Este pequeño ejercicio compartido puede llevarse sobre los manuales escolares, medios de comunicación, documentales, y demás formadores del saber instituido, creador de las respuestas inmediatas.





domingo, 16 de octubre de 2016

Nos toca, ya estamos grandes

La ciencia avanzó lo suficiente como para generar clones, bebés de probeta, ¿llegar a la luna?, comunicar instantáneamente a todo el planeta cuando explota una bomba en Francia u ocultarlo cuando cae en algún lado que no llama a la sensiblería informática etc. etc. Lo que no logró es que los niños se eduquen solos. Si se hubiera inventado el objeto que permitiera que un niño accediera a una forma de educación programada, el programa y el objeto habrían sido ideados por otros humanos con intenciones de educar. El humano, convengamos, sin otro no sobrevive. Y no se educa.  
Se puede decir que el niño aprende a ser siendo con otros. La idea de aprender en sentido amplio, no la tabla del dos sino a convertirse en sujeto, a nombrarse, a nombrar, a ser nombrado, a comenzar a formar parte de la escena del mundo. En ese aprender el niño recibe un mundo que ya acciona y que va a tratar de adaptarlo para que funcione con lo que se espera de él.  
Quizá de esto se trate esta nota, de decir obviedades, de repetir proverbios "Hace falta un pueblo para educar un niño" o de citar a Umberto Eco "Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos." (El péndulo de Foucault) Y de eso se trata quizá el aprender del niño: a partir de los que vive, vive. Conocer la frase de Eco lo pone a uno al corriente, en tanto padre, de todo lo que enseña cuando no se preocupa en educar.  
Uno no puede esconderse de la dinámica cotidiana. ¿Qué hace que aquel que educó, ya sea en rol de pueblo o de padre, se indigne por lo mismo que generó? ¿Cuál es el mecanismo que impone la frase "lo que acá se perdió es el respeto" cuando uno comienza a padecer del espejo que devuelven los niños o los jóvenes?  
Muchas veces se habla de que el tiempo que nos precedió fue mejor sin tener en cuenta que fue ese mundo el que parió a éste.  
Si bien no es pareja la lucha contra los que construyen la subjetividad masivael camino más corto es ir al resultado de nuestras acciones (insisto, como pueblo o como padres) y vomitarles a los pibes la resaca de nuestra borrachera.  
Si hoy hay evaluaciones estandarizadas, si se trata de endemoniar la enseñanza realizada, si ya se adivina que va haber que aguantarse los resultados (¿Ya saben que va a ser un desastre?), la responsabilidad no es de los pibes. Los sistemas educativos siempre logran sus propósitos, y en este caso es lograr sociedades que adscriban al neoliberalismo barato, al alumno como producto y necesidad del mercado. Cuando se habla de lo que sabe o no sabe un pibe, se habla de lo que necesita el mercado no de lo que fue adquiriendo a lo largo de su vida, de todas las instancias que lo convocaron a aprender.  Lo más probable es que cuanto más lejos se esté de los estándares más cerca se estará de las capacidades necesarias para ser pensadores independientes.  
No es la tabla del dos lo que hace a un niño "inteligente". Obvio que debe saberla, pero no es parámetro de inteligencia. Se les pide a los pibes comprensión lectora cuando el ciudadano medio solo es un loro repetidor de titulares de diario o de lo que dice una diva de TV o un periodista de espectáculos. Hasta se vota porque el slogan publicitario es igual al de un caramelo de menta. 
La manera de lograr una modificación sustancial de la sociedad no está en los más jóvenes o en los niños, está en los grandes que somos sus modelos. Una pena, porque ya se demostró con creces que desde los que eligen los premios internacionales de mérito o las declaraciones de ciudadanía ilustre proponen modelos de menos diez para cualquier evaluación.  
Y ese mundo menos diez está evaluando y juzgando a los pibes.
Jorge L. Narducci