miércoles, 5 de abril de 2017

Del geocentrismo a la teoría del derrame

No son pocas las concepciones erróneas que se sostuvieron y reforzaron durante la historia de la humanidad. Seguro que desde mucho antes y con otros ejemplos se podrían comenzar a nombrar, mi vasta ignorancia sólo es para acompañar la posible certeza de lo que intento proponer como una forma de dialogar con lo instituido. Todo lo dicho son verdades de Perogrullo. (Si ponés la mano en el fuego, te quemás)
Hoy un niño, niña o adolescente ya tiene incorporado el saber que a la humanidad le llevó siglos y muertes. Por ejemplo, ya sabe que la salida del sol, el movimiento de la luna, la lluvia, los truenos o los relámpagos son solamente fenómenos naturales. No hay dioses enojados ni castigos de divinidades maléficas que los corporizan. Tiene este niño, niña o adolescente anulada la posibilidad de la tenencia de lo esclavos (a los que Aristóteles nombraba como “instrumentos parlantes”). Sabe o sabrá pronto que la Tierra gira alrededor del sol y no tendrá que sufrir persecuciones a lo Copérnico o Galileo. Entiende que ese mismo sol alrededor del cual giramos no es un dios. Sabe, a pesar de que ciertos países retrógrados los siguen teniendo, que los reyes son para los cuentos de hadas. Incorporó o incorporará palabras que le servirán para nombrar a las cosas que dice sin pensarlas demasiado como “actos inconscientes”; aprenderá en cualquier compendio de historia de la psicología qué se quiere decir cuando se nombra “el perro de Pavlov”. Digamos que nadie tendrá hoy que sufrir marchas y contramarchas en el aprendizaje de temas que hasta cierto momento eran casi de poder mágico o atribuidas a algún Dios (casi lo mismo) y que al nombrarlas se exponía al descrédito o ponía en juego la vida.
No sólo las afirmaciones, digamos “científicas” u hoy ya aberrantes, como la esclavitud son abordadas por niños, niñas y adolescentes desde su etapa inicial. Hay construcciones colectivas más cercanas que también forman parte de su formación.  Por un lado, replanteos históricos. En Latinoamérica son varios los países que resignificaron el 12 de octubre de 1492 como el inicio de una devastación cultural, social, religiosa, etc. El Papa Francisco dijo: "Pido perdón por los crímenes contra los pueblos originarios durante la conquista de América"(1). Son muy pocos los que reivindican las matanzas. Los negacionismos de toda índole ya tienen condena social. Algunos más que otros.
Ningún niño, niña o adolescente supondría que la jornada de trabajo debería ser de más de 8 horas, ni que las vacaciones no deben pagarse, ni que las mujeres no deberían votar.
Otra condena social, y ya institucionalizada por legislaciones en varios países, es al consumo de cigarrillos. Hoy una publicidad de marcadores como la que acompaña esta nota no sería aceptada por nadie; ni por aquellos que aún fumamos. Tampoco los cigarrillos de chocolate que se vendían en los quioscos. Y cualquier publicidad de cigarrillos está prohibida. Los autos de carrera ya no se pintan con las marcas de los más consumidos.
Se dieron debates a lo largo del siglo XX, más localmente en Argentina, sobre si debía enseñarse o no religión en las escuelas públicas, si la gente podía divorciarse, si los homosexuales debían tener derecho al matrimonio. Ya los manuales abandonaron las explicaciones creacionistas del universo,  hasta el presidente está divorciado y el amor es el único condicionante a la hora de dar el “sí”.
Un niño, niña o adolescente que quiera acercarse a información sobre los golpes de Estado en América Latina puede leer que los Estados Unidos patrocinaron las destituciones, las torturas, y las demás aberraciones de las dictaduras cívico-militares. Por ejemplo: “Miles de documentos confirman que EEUU apoyó el golpe de Pinochet en 1973”(2) se puede leer en el diario “El Mundo” de España.
Nadie medianamente informado toleraría la tapa de la revista “Somos” del 14 de mayo de 1980 que acompaña esta nota. Al morir Harguindeguy, el diario “La prensa” en el copete de la nota donde da la información dice: “Ocupó el Ministerio del Interior entre 1976 y 1981, durante la presidencia de Videla, y es considerado uno de los ideólogos de la última dictadura en el país.”(3) Alguien del que nada puede decirse como cercano al diálogo.
Digamos que a lo largo de la historia se fueron rompiendo paradigmas que no se ponían en duda. Hoy nuestra vida cotidiana está atravesada por “naturalidades” que en otros tiempos eran herejías o ilegalidades. Quedan fuera miles. Ya es extensa la descripción de las dichas para agregar más. Dejo a la buena cultura e información del lector continuar con la lista.
Pero ¿para qué esta lista de obviedades, de cosas que están al alcance de la mano? Para hacer una propuesta, para iniciar una búsqueda, para ponernos en duda.
Hoy nos acompañan ideas tan fantasiosas como que el universo todo gira alrededor de la Tierra o tan inhumanas como que las personas sean “instrumentos parlantes”.
Una de las más sostenidas es la “Teoría del derrame”, la cual sentencia, a modo de síntesis, que si a los ricos les va bien, nos irá bien a todos. La historia tiene sobradas muestras de que la riqueza siempre fue fruto de la explotación al trabajador. Con “trabajador” nombro tanto al gerente de un banco como a un repositor de supermercado, al dueño de un quiosco o al de una PyME de tres o cuatro empleados. En nuestro país, cuando  ya en 1862 se comenzó a funcionar como “patio trasero” del mundo industrializado y luego de las primeras luchas obreras (Huelga de tipógrafos, Semana Trágica, Patagonia Rebelde, etc.), a las burguesías millonarias les iba bien, pero nunca derramaron más que sangre a los que pedían derechos. El trabajo a destajo parando solo para comer y dormir, era la moneda corriente. Los “derramadores de riqueza” sólo se dedicaban a juntarla y “tirar manteca al techo”, viajar a Europa con su propia vaca para tomar leche fresca, utilizar las fuerzas del Estado para reprimir a diestra y siniestra en favor de sus riquezas.
El siglo XX y sus dictaduras siempre estuvieron al servicio de los que, enriqueciéndose, debían derramar. Pero parece que cuando se trata de dinero, de poder, el vaso nunca se llena y derrama su contenido; siempre tiene lugar para un poquito más.
Estas afirmaciones son una invitación a la duda, a bajarse del narcisismo de la afirmación brutal.
Por ejemplo, no se sabe si los paros son útiles para presionar a la teoría del derrame pero tampoco se sabe si son inútiles. Los trabajadores que dieron sus vidas pidiendo los derechos laborales que hoy tenemos, lo hicieron porque no los tenían. Nosotros sí. En la patagonia trágica se pedían camas, colchones, abrigo, jornada de descanso. Hoy, repito, ningún niño, niña o adolescente concebiría la vida laboral sin alguna de esas cosas. Si todavía siguen pasando es justamente porque los que la tienen que derramar, la tienen bien agarrada.
Sería importante ponerse en duda. Los que no la derraman nos quieren así, diciendo “yo marcho un sábado porque los otros días trabajo” y sin quererlo (porque lo que quiere es desatar su bronca con los otros, con los que trabajan y hacen paro en la semana y quieren demostrar su descontento por su salario), le tira al que no tiene trabajo ningún día de la semana, que él sí, que tiene trabajo y que no se queja por lo que gana, porque le va bien. Y como aparte marcho a favor del que no la derrama te voy a seguir dejando sin trabajo, por ende, sin dinero, sin comida, sin existencia.
Insisto: Invito a un recorrido por lo dicho para poner en contradicción alguna certeza que, si se la analiza un poco, está jugando en contra de uno mismo, y de otros a los que señalamos en algún momento que tendríamos que proteger.
Jorge L. Narducci

Sería interesante colocar a la teoría del derrame en línea con el geocentrismo, el negacionismo, el daño del cigarrillo, la concepción de la esclavitud, etc.
(2) Diario “El Mundo” Epaña http://www.elmundo.es/america/2010/11/18/noticias/1290035186.html  (Fecha de consulta 03/04/17)


viernes, 13 de enero de 2017

Lo sé todo, no sé nada I

Cuando las respuestas vienen a la boca como si la conexión entre nuestro decir y pensar tuvieran un reflejo único, ahí, justo ahí comienza la ignorancia. Es fácil decir y escuchar que cuando uno responde algo dice lo que piensa y siente. Cosa que no está lejana a la verdad subjetiva de quien lo enuncia. Pero podría uno, en algún momento, dudar y pensar por qué piensa y siente de esa manera, qué fue lo que en algún momento de su vida hizo que ese pensamiento natural y rápido surgiera de nuestra boca como magma del volcán.
Una de las fuentes de creación de nuestro decir inmediato es nuestra formación académica o los libros a los que les depositamos el saber y entender para hacer de ello nuestro pensamiento. Nada tiene de novedoso esto (en este blog siempre se dice que no es la novedad lo que lo caracteriza) pero la vida moderna, la rapidez informativa, etc. dejan escaso o nulo tiempo para poner en marcha la duda sobre nuestra manera de pensar, sobre nuestra automatización intelectual.
El título de esta nota “Lo sé todo, no sé nada I” y su cuerpo principal sólo tratan de ser una forma de compartir la duda, la inquietud personal de la respuesta automática.
“Lo sé todo” (supongo el título de la obra como un diálogo con la frase “Sólo sé que no se nada”, demostrando así el desarrollo humano desde la ignorancia socrática hasta el saber universal de la editorial Larousse en 1962) fue una obra de divulgación que difundía el saber y que se accedía a ella, como a otras obras enciclopédicas, para estar al corriente de lo que a uno lo transformaba en un niño, joven o adulto culto. En sus páginas se esparcía con absoluta naturalidad lo que uno debía repetir para que algún familiar, amigo o vecino se sorprendiera ante nuestra inteligencia. Pero he aquí lo que ya se venía haciendo (y sigue haciéndose): acompañar datos, hechos, imágenes de fundada posibilidad con fuertes marcas ideológicas y religiosas. Cuando se deposita el lugar del saber en un lugar, todo lo que allí se diga se toma como cierto. Y se repite como tal.
Para muestra no basta un botón, pero va uno, el primero.
En el tomo 4 de la edición de “Lo sé todo” de 1962, en la página 650, bajo el título de “La Biblia”, en el segundo párrafo de la primera columna dice: “Dios, en señal de Su protección, los acompañó con una nube que que indicaba el camino”. En la segunda columna continúa “Pero Moisés, siguiendo las órdenes divinas, tocó con su vara milagrosa las aguas del mar, que se dividieron abriendo un pasaje. Así los hebreos llegaron hasta la otra orilla sin mojarse”. La función referencial del lenguaje se hace presente en estas líneas utilizando oraciones enunciativas similares a “Tiene cabeza pequeña, orejas bien proporcionadas, crines cortas, hocico redondeado, labios chicos y ojos muy vivaces” utilizada en la página 703 en la nota titulada “La cebra”. Digamos que da el mismo criterio de “verdad” al cuidado de dios a los hebreos que a la descripción de la cebra.
Por otra parte, en el mismo tomo pero en la página 777, hacia el final de la nota titulada “El tibet, techo del mundo” dice “Mezcla de supersticiones ingenuas y de adoración al eterno principio creador es el lamaísmo, que incluye en su ritual danzas de lamas disfrazados con horribles máscaras, y también prácticas yogas con que pretenden adquirir un poder misterioso sobre la cosas”. Cuando se trata de describir otra forma de entender la religión, la referencia se llena de subjetivemas tales como “ingenua”, “disfrazados”, “horribles”, pretenden”. Si se mantuviera el mismo criterio enunciativo que antes, quizá este párrafo podría ser: “El lamaísmo adora el eterno principio creador, que incluye en su ritual danzas de lamas vestidos con máscaras, y también prácticas yogas con las que adquieren poder sobre las cosas”.
Este pequeño ejercicio compartido puede llevarse sobre los manuales escolares, medios de comunicación, documentales, y demás formadores del saber instituido, creador de las respuestas inmediatas.