domingo, 27 de septiembre de 2020

Educación para la tribuna

 Las ocupaciones humanas tienen un recorrido real, vivido por aquellas personas que la realizan, y otro creado por el imaginario, vivido por aquellas personas que no la realizan.

Se habla de los beneficios de tener un subsidio del gobierno y de las desventajas de ser millonario y tener que pagar impuestos. De la vida suntuosa de un actor de Hollywood y de las precarias situaciones en las que vive un habitante de Botswana. De las excelencia de la vida en el Japón y del inigualable sufrimiento que padecemos los argentinos. De la seguridad en New York y de su contrario en La Matanza. Se habla, se aseguran cosas que solo el imaginario mediado por la distancia y el desconocimiento puede llenar de certezas. De la misma forma que muchas veces se supone la felicidad de aquellos vecinos que vemos sonrientes en la puerta de calle y que nada sabemos de su intimidad y su verdadera existencia.

Con la educación, obviamente, pasa lo mismo. Todo aquél que haya ido alguna vez a la escuela o que tenga una cercanía vecinal a un edificio escolar se asume como un generador de discursos que incluyen qué cosas son buenas para un niño, niña o adolescente y cuáles son los males que aquejan a la educación. Son frases conocidas: “Acá lo que se perdió es el respeto”, “Antes sí que se aprendía en la escuela”, “Mirá si yo iba a tutear a mi maestra”, “Antes la política no entraba en la escuela”, etc. etc. etc.

Muchas de las personas que sostienen esos discursos sobrevivieron a la falta de respeto, a la política, a la humillación y a la siembra de ignorancia producida durante la dictadura cívico-militar. Y otros de los que las repiten ya eran adultos en esa época nefasta y , con toda esa excelente educación encima, vivieron con total normalidad que se apaleara en las universidades, que se derrocaran presidentes, que desaparecieran personas, y otro largo etcétera.

Todas estas miradas sobre la educación generaron un saber colectivo que simplifica el acto educativo en ir al edificio escolar, que saber la tabla del dos dignifica a niños y niñas y que decir “culo” merece el escarnio popular. 

Desde esa misma perspectiva se reduce la gratuidad de la educación pública a no tener que pagar el/la estudiante una cuota mensual, olvidando que los impuestos que pagan los que ya estudiaron y no los evaden aportan al presupuesto educativo que permiten la educación pública y gratuita. Y así un ingeniero egresado de una universidad pública que le costó al Estado miles de dólares hoy se queja de no poder comprar los dólares que nunca pagó durante su trayectoria educativa. 

Tras este inevitable subjetivo recorte nos encontramos con los discursos educativos en medio de la pandemia. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se instaló la falaz discusión de si se debe retornar a clases en medio de este problema de salud mundial. Y para sostener esta estéril discusión se apela a la idea de educación hija del sentido común, hija del mismo razonamiento que nos invita a pensar sobre la felicidad abrumadora del vecino por sobre la nuestra. 

Así las cosas también se nombra a la ida de un grupo de no más de 8 niños/niñas, dos horas, tres veces por semana como “Vuelta a clases”, y se comienza a hablar sobre el planteo pedagógico de una decisión política partidaria que lejos está del beneficio educativo y cerca de una acción eleccionaria.

En esta lucha sin sentido se plantean las bases de una posible circulación de personas rodeadas de miasmas que podrían generar muertes innecesarias. El sentido común de las autoridades porteñas se apoya en aquellas necesidades que van de la mano con eso de que todos extrañamos a nuestras amistades, a la familia, a los “compañeritos”. Y aquí esa empatía afectiva y eleccionaria no da cuenta de otras necesidades tan imperiosas pero fuera del discurso del sentido común. No se escucha un “todos queremos trabajo”, “todos queremos aumento de sueldo”, “todos queremos una vivienda”. Se empatiza con todo aquello que genere un beneficio económico para comerciantes y para posibles votantes del 2021.

Aquí surge la educación para la tribuna, un discurso que se basa en la demostración electoral de un interés sobre la Educación Pública cuando luego de años de gobierno se llega al momento de utilizar, por ejemplo, el “Plan S@emiento” y gran cantidad del alumnado de CABA no tiene acceso a la tecnología necesaria. Durante estos años se llenaron las calles de estudiantes y docentes pidiendo por mejoras en la educación, el no cierre de aulas, lo edilicio, la formación, insumos, tecnología, transparencia de actos públicos, etc. con la ausencia de respuestas. Pero hoy, con la pandemia circulando, se tiene la certeza de qué es lo mejor para nosotros: desplazarnos, enfermarnos y quizá, por qué no, morir.

La educación para la tribuna olvida los mecanismos esenciales para una educación de calidad y basa su discurso en lo inmediato, en la necesidad de potencialmente infectar a chicos y grandes con tal de demostrar su fanatismo por el sentido común.

Jorge L. Narducci